viernes, 11 de abril de 2014

LA TEORÍA ECONÓMICA NEOCLÁSICA: UNA BREVE MIRADA

Contexto histórico de emergencia de la teoría económica neoclásica

Durante las últimas tres décadas del siglo XIX, se forjaron herramientas analíticas que permitieron la  aparición de la economía neoclásica como una nueva forma de estudiar la realidad económica en comparación con el pensamiento clásico de la economía. Pero la consolidación del enfoque económico neoclásico responde a toda una corriente de pensamiento que intentaba dar cuenta de una nueva forma de interpretar los fenómenos del mundo. Las formulaciones teóricas de la economía después de 1870 se encuentran inmerso en la línea de desarrollo del proyecto ilustrado de la Modernidad que implicó una forma diferente de concebir y explicar el mundo[1]. En este sentido Juan Hortala, en su nota introductoria al texto de J. Stigler, La Teoría de los Precios (1968), sostiene que el marginalismo no surgió como un acontecimiento aislado, sino que se halla inmerso en el ambiente convulsionado del proceso intelectual de aquella época; la teoría neoclásica iniciaba así su caminar por el sendero del análisis intelectual de los fenómenos sociales mediante el uso de la razón. Las elaboraciones mentales se pusieron en contra de la recopilación descriptiva, lo que significaría, “el triunfo de la teoría pura” en la búsqueda de leyes universales. Dicho de otro modo, los fenómenos económicos de mercado pasaron a estudiarse a partir de la “experiencia psíquica del hombre individual”, concentrándose en lo que no podía ser más, a juicio de Hortala, que la “mecánica del propio interés”. Entonces, para la nueva economía clásica, según lo expone Hortala, el principio de armonía promulgado por los clásicos como también los problemas de los Estados Nacionales deberían ser rechazados, para concentrarse en el comportamiento de los seres individuales.       

Según Juan Hortala[2], con la Revolución Industrial, el Renacimiento y la Ilustración se abolía el ideal de orden social como algo que estaba proveído espontáneamente o regido por fuerzas exteriores; por el contrario, éste se creaba de manera consciente, permitiendo según Von Martin (1976), el paso de la estabilidad al cambio permanente; de la mentalidad conservadora al liberalismo económico, a la vez que se eliminaba paulatinamente el orden social consagrado por la iglesia y las fuerzas sobrenaturales que gobernaban aparentemente el mundo natural. Por tanto, ya no se nacía para ser noble o para ser del pueblo, por ordenanza divina o tradicional. En el Renacimiento las personas se liberan de las ataduras tradicionalistas que les impuso la mentalidad del Medioevo.

Desde la perspectiva del profesor Fernando Cruz (1998; 2007), este cambio implica el acceso a la razón y al criticismo, así como el origen del proceso de individualización del ser humano y el surgimiento de nuevas relaciones económicas que se hacen eminentemente comerciales. Se produjo la retirada cada vez más aguda de los dioses, se secularizó el arte, el pensamiento y la cultura, se instauró el prestigio de la Razón y los métodos racionales del conocimiento, se disparó la racionalidad productivo-instrumental y se entró por entero a la ciencia y la técnica.

Es entonces, para Lima de Vigo (2000) y Rodríguez Mújica (2000), en esta lógica de la sociedad moderna, en la que nace el marginalismo, trasladando el análisis del proceso económico-social a las interrelaciones individuales, a la “mente del individuo” mediante la adopción del lenguaje matemático y el abandono de la condición política. Aparece entonces una nueva concepción que conduce al "progreso" científico. En contraposición, siguiendo a Rodríguez Mujica (2000, 59-76), puede decirse que “la fe, como episteme, no puede ya operar, ni mostrar, ni explicar el mundo, no permite acceder a la naturaleza común del hombre”[3]. Para encontrar el secreto del hombre son necesarias las matemáticas. El método matemático se concibe como la única herramienta mediante la cual se logra extraer los principios universales y externos que rigen la mente humana. Cuando la fe deja de ser la fuente de explicación primaria –considerada así en el mundo antiguo- se genera una nueva imagen del hombre en la tierra[4], en la cual, la noción de “alma” se siente desaparecer del hombre económico, quien se asemeja a un cuerpo sometido a las mismas leyes de la materia. En esta perspectiva, Jenny Griziotti (1961: 7-8), considera que la ciencia económica comienza a analizar al hombre económico (homo œconomicus) por fuera de los móviles éticos, políticos, religiosos. Entonces, como lo deja ver Rodríguez Mújica (2000, 59-76), “la racionalidad del hombre pasa a ocupar un papel tan preponderante que no sólo se le supone capaz de conocer una ley - lo que podría denominarse ley natural- sino que es su propia razón la que crea esa ley”.

Siguiendo a Mujica (Ibid.: 59-76), el individualismo filosófico[5] del siglo XVIII da lugar al individualismo psicologista, donde las variables exógenas y la base de las teorías son los estados psicológicos del individuo. Este reduccionismo en el pensamiento económico neoclásico significó, siguiendo a Juan Hortala[6], que pensadores como Walras y Pareto, consideraran la realidad como un sistema de equilibrio de hombres-átomos que luchaban por obtener la realización máxima del placer.

Pero ahora bien, como se puede ver en el texto de Heilbroner y Milberg (1998: 47-93), la consolidación de la Teoría económica neoclásica  como pensamiento político-económico, se dio tras una convulsionada actividad económica y la caída del consenso keynesiano. Después de la Primera Guerra Mundial la mayoría de los países europeos quedaron en desgracia, las personas entraron en desesperanza y el sistema capitalista naciente, que había prometido al pueblo la prosperidad económica (con sus grandes avances en telecomunicaciones, el transporte y la producción) dejaba de ser para los ciudadanos una buena vía a seguir. Según Heilbroner (1988: 191-211), mientras que Europa vivía los estragos de la guerra, Estado Unidos vivía el gran auge económico[7]. Pero el 29 de octubre de 1929 la burbuja bursátil reventó. Los precios de las acciones se desplomaron, las empresas comenzaron a quebrar, los obreros a quedarse sin empleo, y por ende, sin con qué consumir[8]. De esta forma, el desempleo y el hambre se extendió ahora, hacia los Estados Unidos y los economistas no contaban con un plan que ofrecer contra la desocupación y la recesión. Surge entonces una nueva corriente de pensamiento económico, en oposición a la idea del liberalismo económico, defendido por los economistas clásicos. El keynesianismo, llamado así por su principal valedor, John Maynard Keynes, defendía, la temporal intervención del estado para resolver los problemas de desempleo y de inflación que aquejaban a las grandes potencias mundiales de la época[9]. Keynes sostenía que los gobiernos deberían gastar el dinero contra la tendencia, es decir, que en los buenos tiempos debería reducir el gasto y acumular reservas. En los tiempos malos debería incrementar el gasto para jalonar la demanda[10].

Pero después de varios gloriosos años (1950 a 1960), como lo hace notar Heilbroner y Milberg (1998: 73-94), el panorama económico de los E.E.U.U y Gran Bretaña comenzó a cambiar mostrando cómo la inflación y el desempleo estaban creciendo. Se estaba entrando en una época de Estanflación. Se comenzó a originar algo que desde la misma perspectiva keynesiana era imposible: el incremento de la inflación y el crecimiento de los niveles de desempleo. En este contexto, las premoniciones de los neoclásicos se hicieron verdad y todo cambió desde la gran crisis del modelo económico keinesiano que ocurrió en el año de 1974. Los países capitalistas desarrollados entran en una profunda recesión y comienzan a presentar una baja constante en su tasa de crecimiento y una elevada inflación. Favorecidas por esa situación, las ideas neoliberales comienzan a ganar nuevamente terreno, principalmente en Gran Bretaña y los Estados Unidos. Si los problemas habían sido ocasionados por el intervencionismo estatal y la búsqueda “centralizada” del bienestar general, el remedio entonces era claro: un gobierno no intervencionista que sea capaz de romper con la fuerza de los sindicatos, que permita la libre competencia en una economía de mercado y que controle estrictamente la evolución de los agregados monetarios (política monetarista), a fin de evitar la creación excesiva de dinero y el gasto gubernamental que pueda afectar los niveles de inflación (véase Hayek, 1944).


2.2.2       De la definición de economía y del objeto de estudio

Alberto Benítez (1998: 53-73) sostiene que “de acuerdo con J. Schumpeter (1974) una ciencia nace cuando se llega a satisfacer dos condiciones indispensables: la primera es la delimitación de un campo de problemas u objetos de estudio y la segunda, es la construcción de un sistema de conceptos o variables explicativas que se determinan recíprocamente, dando cuenta en su interacción, del comportamiento de los fenómenos estudiados”. Se puede decir entonces, que sólo fue hasta el periodo clásico de la economía, y en especial con la obra de Adam Smith The wealth of nations (1776), cuando se satisfacen las dos condiciones para hablar de ciencia económica. En el periodo clásico, como se ha expuesto antes, se delimita el ámbito y objeto de la economía como ciencia y se establecen algunos de los conceptos característicos de los fenómenos estudiados hasta el momento por la economía.

Sin embargo, con el inicio del programa de investigación económico neoclásico (con Jevons, Walras, Pareto, entre otros) algunos de los principios de la economía clásica se transforman y se genera una nueva forma de definir la economía y su objeto de estudio[11]. Con los economistas neoclásicos se prioriza la abstracción y la economía pasa a ser economía pura en contraposición con la economía política promulgada por los economistas clásicos. El pensamiento neoclásico produce un desplazamiento de la economía  macroeconómica (en cuanto a la producción y la distribución de la riqueza en la sociedad) a la microeconomía (como el estudio del agente individual), consolidando de un modo mucho más explícito, como se mencionó con anterioridad, los principios hedonistas surgidos con la modernidad. En este sentido, para Campanella (1989) y John F. Henry (1990) el verdadero cambio, o mejor, la verdadera ruptura entre el pensamiento clásico y el neoclásico, se dio en la forma de explicar el valor de las mercancías. Así, una de las piedras angulares de la economía neoclásica consiste en rechazar la teoría del valor trabajo. Como lo hace notar Campanella (1989: 14), para los clásicos el valor de una mercancía estaba determinado por la cantidad de trabajo necesario para producir una mercancía. Para los neoclásicos el valor de las mercancías no puede ser encontrado en las “cualidades extrínsecas a ella”, sino que por el contrario, el valor de una mercancía se deriva de los juicos subjetivos expresados por los individuos[12]. Agrega Campanella, “son éstos de acuerdo con sus propias necesidades y preferencias, quienes atribuyen valores a los bienes”.

De esta manera, la teoría objetiva del valor da paso a la teoría subjetiva del valor, como lo cita Henry (1990: 147) de Lloyd: De esta manera, la teoría objetiva del valor da paso a la teoría subjetiva del valor, como lo cita John F.Henry (1990: 147) de Lloyd: “el término valor […] no representa una cualidad inherente a una mercancía. Esta expresa […] una sensación de la mente”[13]. En otra cita Henry expone de Senior (1836) otro aspecto muy diciente del nuevo objeto de la teoría económica neoclásica (Ibid.: 147): “de las tres cualidades que hacen de cualquier cosa un artículo de riqueza, o, en otras palabras, le dan valor, la más llamativa es el poder, directo o indirecto, de producir placer, incluyendo bajo ese término la gratificación de cada cosa, o de impedir sufrimiento, incluyendo bajo el término toda especie de molestias […] utilidad […] que se utiliza generalmente para expresar la cualidad de prevenir sufrimiento o de producir indirectamente placer, como un medio […][14]. Para Campanella (1989: 14), esto permitió trasladar el análisis del valor de la esfera de la producción, propuesta por los clásicos, a la del consumo del individuo, en tanto que el valor de los bienes se determina según sus gustos y decisiones, las cuales orientan la producción. Según este mismo autor (Ibid.: 15), los medios para satisfacer las necesidades de los individuos son escasos, pero dado que estos “medios poseen la propiedad de un uso alternativo, surge el problema de decidir sobre su empleo de acuerdo con la importancia de la necesidad. Si esto no fuese así, nunca habría surgido el problema económico”. Esto es, se exige que el individuo elija dentro de un conjunto de medios escasos que tiene a su disposición los diferentes usos alternativos que le generen una mayor utilidad, un nivel elevado de satisfacción.   

Así, de la lectura de John F. Henry (1990: 127-173), se puede decir, que la visión económica neoclásica sistematizó la visión reduccionista de los límites de lo económico, en comparación con el pensamiento clásico, al definir la riqueza social como el conjunto de bienes materiales o inmateriales que son escasos (disponibles en cantidades limitadas) y útiles (capaces de satisfacer un deseo), bienes que, en consecuencia, deben ser apropiables, valorables e intercambiables a ciertas tasas de intercambio o precios, y producibles en la medida en que interesa hacer su cantidad menos limitada de lo que es. De esta manera, el concepto y objeto de la economía entendida para los neoclásicos se centra, para Carlos Prieto (1996: 30-31),  en un aspecto central de todas las acciones humanas: la escasez[15], que a su vez se deriva de la contraposición de una multiplicidad de fines y unos medios limitados. En este sentido, la economía se comienza a relacionar más con las acciones racionales de individuos autónomos (con el individualismo metodológico, rechazado por Smith pero asumido por los economistas neoclásicos), por lo que para Campanella (1989: 15), “el problema consiste en analizar en qué modo cada individuo logra alcanzar el más alto nivel de satisfacción posible mediante simples actos de intercambio”. Al respecto Carlos Prieto (1996) cita de Polanyi (1975) la siguiente expresión: «cuando la elección de los medios en relación con un fin se halla marcado por su insuficiencia nos hallamos ante la economía».

Para Robbins (1935), el aspecto central de la economía consiste en que los medios limitados pueden ser utilizados de modos diversos para fines diferentes y en consecuencia, es preciso elegir los fines que se consideran primordiales. La economía se convierte en una forma de acercamiento a cualquier problema en el que emerjan los problemas de escasez y elección, aplicándose no sólo a los casos de producción de bienes, servicios y factores productivos, sino también al análisis de otros fenómenos sociales en los que la lógica de la racionalidad - en cuanto a la elección de los medios óptimos para lograr unos fines diversos- se ponga de manifiesto. Así, en la argumentación de dicho pensador (Ibíd.: 16), la economía “es la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos, susceptibles de empleos alternativos”. Para Robbins (Ibíd.: 16-18), la economía debe prestar atención a aquella especie de comportamiento que se encuentra influido por la escasez y por tanto, debe enfocar sus atención en las complicaciones de la economía de intercambio.




[1] Pero en ésta ruptura hay que tener en cuenta que si bien la Revolución Marginalista expresó un cambio en la forma de explicar la realidad económica, éste no fue del tipo abrupto, sino más bien una transformación lenta, en la que las viejas ideas (individualismo, la libre acción, competencia, división del trabajo, etc.) nunca fueron concluyentemente rechazadas, se puede pensar más bien en una situación de transición intermedia entre lo viejo y lo nuevo. De esta manera, en lo nuevo se puede considerar el éxito que tuvieron los primeros economistas neoclásicos en la introducción del discurso matemático en la teoría económica, a tal punto que los primeros neoclásicos eran reconocidos como teóricos matemáticos y defendían el uso del método matemático en el contexto de la teoría económica. Pero además, la teoría neoclásica generaba un cambio en la forma de explicación de la teoría del valor en comparación con la Teoría Clásica (ver al respecto Philip Mirowski, 1989; E. K Hunt y J. G. Schwartz, 1977).
[2] véase en Stigler, 1968: IX, X.
[3] En la exposición de Von Martin el gran burgués está en una relación de socio comercial con respecto a Dios, como visible organizador del mundo constituido como una gran empresa mercantil. La prosperidad es la recompensa visible del buen manejo -grato a Dios- del negocio (“el nuevo espíritu religioso del capitalismo, una relación entre la gracia y la habilidad, en un cálculo de ventajas”). La conciencia de la cristiandad y el poder de la iglesia han muerto, en la misma forma en que han sido desplazadas las antiguas clases sociales. La religión se hace inocua, pierde su acción sobre el presente y sobre el destino de la vida; el nuevo burgués había llegado a un ateísmo que excluye la intervención eficaz divina en los actos humanos, haciendo que la virtud se imponga ante el milagro y que las relaciones sociales se re-configuren en una regulación metódica, fuera de configuraciones supraindividuales, sin finalidades definidas externamente y más bien definidas por la virtud. Lo que se intenta, entonces, es mostrar cómo la constitución inicial del hombre moderno coexiste con las leyes y principios de la economía, aún cuando el interés particular y el interés general no coinciden de manera armónica, ni se armonizan entre ellos, ni conforman ventajas inmediatas para las partes que configuran la relación (ver Alfred Von Martin, 1976).
[4] Al respecto  Rodríguez Mújica (2000: 59-76) expone que “... No es necesario que entre Dios y el hombre medie profeta alguno cuando el hombre se guía o se deja guiar por su estructura sensible que según un mecanismo complejo, como el reloj, posee una estructura dual, que a la vez que garantiza el movimiento de los engranajes, piezas y resortes; también le permite recibir impresiones y emitir distintas reacciones, entre ellas el sonido o una decisión, según sea el caso. La complejidad de la vida emerge ahora simplificada en el mecanismo; antes fue simplificada por la fe”.
[5] El proceso de individualización que traía consigo el proyecto Moderno, hacía de los seres humanos, individuos que tenían como principio la búsqueda del placer y la supresión del dolor como objetivo o razón de ser de la vida, es decir, el hedonismo se instala en la sociedad moderna y a la vez, se constituye en una de las fuentes principales de inspiración del pensamiento económico. La realización de todo deseo o pulsión individual impone como condición necesaria la autoreferencia a un "yo", centro o núcleo de placer o displacer. Más allá de toda simpatía con el otro y de la pertenencia mítica a una tribu que impone el yo colectivo, el placer y el displacer son siempre sensaciones que remiten a un "yo" que "carnalmente" los experimenta. Esto obliga que cada sujeto humano que busca placer a partir de sus deseos y pulsiones, haga de sí mismo un fin cuya realización no puede darse sino "a través de otros medios humanos" o de determinadas intermediaciones físicas. […] Ya se sabe que el ser humano no puede definirse como un animal de instintos, sino ante todo como un sujeto de deseos que busca placer a través de cosas y otros seres humanos que le sirven de medio "material". Más que alimentarse y nutrirse como un fin en sí mismo, el ser humano disfruta placenteramente de su alimentación y la convierte en una fuente de placer como fin primero (Para una mayor ampliación de estas ideas ver: Kronfly, F. (2008) Del hombre como fin al hombre como medio. Grupo de Investigación Nuevo pensamiento administrativo, Facultad de Ciencias de la Administración, Universidad del Valle).
[6] Véase Stigler (1968: XIII).
[7] La población estadounidense había crecido de 76 millones en 1900 a 121 millones en 1928, se habían construido dos nuevas ciudades, habían empleos para 48 millones de personas, sólo el 3.2% no estaba ocupada, el salario real se había incrementado alrededor del 10 al 20 por ciento (Heilbroner, 1988: 193-194).
[8] En sólo unos pocos días, 30 mil millones de dólares de riqueza se habían perdido como producto del derrumbe de las bolsas de valores. En los años siguientes el producto nacional bruto cayó de 104 mil millones de dólares en 1929 a 56 mil millones de dólares para el año de 1933 (Heilbroner, 1988: 195-197).
[9] Ver Heilbroner y Milberg, 1998 y Hayek, 1944
[10] El texto de Hayek, Camino de Servidumbre, 1944, se referencia en tanto que permite observar una defensa del no intervencionismo gubernamental, en un época en que florecía el socialismo y el intervencionismo keynesiano.
[11] Al respecto véase a John F. Henry, The making of neoclassical economics, Unwin Hyman Inc. 1990.
[12]  Para Henry (1990) la sustitución de la teoría del valor-trabajo por otra alternativa implicó el predominio de la teoría de utilidad no solamente en la determinación del valor, sino también en los costos del trabajo, de producción y el enfoque de oferta y demanda.  
[13] “The term value… does not express a quality inherent in a mercancía. It expresses […] a feeling of the mind […]” (Henry, 1990: 147). [El término valor… no expresa una cualidad inherente en una mercancía. Expresa […] una sensación de la mente]
[14] “Of the three qualities which render anything an article of Wealth, or, in other words, give it Value, the most striking is the power, direct or indirect, of producing pleasure, including under that term gratification of every king, or of preventing pain, including under that term every species of discomfort […] utility […] being generally used to express the quality of preventing pain or of indirectly producing pleasure, as a mean […](Ibid.: 147) [De las tres cualidades que convierten cualquier caso un artículo de riqueza, o, en otras palabras, le dan valor, la más sorprendente es el poder, directo o indirecto, de producir placer, incluyendo bajo el término la gratificación de cualquier clase, o de prevenir dolor, incluyendo bajo el término toda especie de molestia […] la utilidad […] se usa generalmente como un medio para expresar la cualidad de prevenir dolor o de producir indirectamente pacer]
[15] Para Carlos Prieto (1996: 31)la escasez es un postulado básico en esta concepción de la economía. El postulado de la escasez supone: a) que los medios son escasos; b) que la elección de uno u otro medio se halla determinada por la escasez”.

UNA BREVE RESEÑA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO CLÁSICO

Heilbroner (1988: 94) señala, en el estudio de la formación de la sociedad económica moderna, como principales autores de la escuela de pensamiento económico clásico a William Petty, Adam Smith, David Ricardo, Thomas Malthus y John Stuart Mill. Heilbroner argumenta que la publicación del libro de Adam Smith en 1776, titulado: Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (generalmente conocido como La riqueza de las naciones), se considera como el comienzo de la economía clásica y de la economía como ciencia, puesto que fue aquí donde se dio a conocer de manera rigurosa las leyes que rigen la forma en que opera el mecanismo económico. Según Lunghini (1989: 9-12), la escuela estuvo activa hasta mediados del siglo XIX y fue sucedida por la escuela neoclásica, que comenzó en el Reino Unido alrededor de 1870.

Según lo muestra Heilbroner, Smith considera a la economía como Política, lo que significa que en ella no se olvida el carácter moral y ético de las personas[1]. En la definición clásica smithiana, la economía se considera como una de las ramas de la ciencia del legislador o del estadista, por tanto la economía se debe ocupar principalmente de dos objetos, primero, el “suministrar al pueblo un abundante ingreso o subsistencia”, y segundo, “proveer al Estado o República de las rentas suficientes para los servicios públicos”. Así, para Smith, de acuerdo con Heilbroner (1988: 94-101), la economía es la ciencia de la producción y distribución de la riqueza, definida esta última, como el conjunto de los medios materiales para satisfacer necesidades humanas de la sociedad. En este sentido, los economistas clásicos tenían como problema principal de estudio los factores que determinan el crecimiento económico de las naciones y la forma en que se distribuye la riqueza, en un marco de “libertad prefecta”[2]. De tal forma que para Heilbroner, los economistas clásicos intentaron explicar el crecimiento y el desarrollo económico, mediante la explicación de las "dinámicas de crecimiento" propias de una época en la que el capitalismo se encontraba en pleno auge tras salir de una sociedad feudal y en la que la revolución industrial provocaba grandes cambios sociales. Éstos se reflejaban principalmente en la idea de organizar la sociedad alrededor de un sistema caracterizado por la búsqueda individual-egoísta de su propia ganancia (económica), lo que se traduciría –según el argumento de Smith- en un beneficio general para la sociedad[3].

Para Adam Smith, según se extrae de Heilbroner (1988 y 1985), una sociedad comienza a aumentar su número de personas ricas cuando ésta estimula el aumento de la productividad del trabajo a través de la división del mismo[4]. Así, para Smith, la riqueza es fruto del trabajo. Lo importante de la explicación de Smith es que, como lo deja ver Heilbroner (1985: 76), la división del trabajo funciona, en tanto se deje actuar al mercado libremente[5], lo cual se constituye a la vez, en el factor característico del modo de producción capitalista.

Según Smith, la fuerza del interés individual, motor del mecanismo de mercado, hace que los sujetos entren en competencia. La lógica que surge del accionar individual, según sus planteamientos, permite garantizar que cada quien persiga su propio interés sin impedir a los demás la persecución del suyo mismo, esto traerá como resultado una sociedad provista de los bienes y servicios que necesita –la mano invisible regula el mercado y las mercancías que han de producirse-, en las cantidades que necesita y a los precios que está dispuesta a pagar (en un equilibrio perfectamente competitivo). La competencia al regular los precios y las cantidades ofrecidas, regula también los ingresos de quienes cooperan en la producción de las mercancías. Heilbroner sostiene que Smith logró encontrar en el sistema de mercado un sistema auto-regulador (en el sentido que no necesita la intervención del gobierno para encontrar los niveles naturales de precios, salarios, beneficios y producción) que asegura una provisión de bienes y servicios de equilibrio. Siguiendo los planteamientos de Heilbroner (1985, 1988), se puede decir que en el pensamiento económico de Smith y sus predecesores se encuentra inserta la idea de una economía de mercado como un sistema interdependiente que opera acorde a unas leyes naturales[6].           

Siguiendo los planteamientos de Heilbroner (1985) y Perdices de Blas (2004: 137), para David Ricardo, y a diferencia de Smith, el objeto de la economía no está tanto en la obtención de riqueza como en su distribución. El producto de la tierra se reparte entre tres clases sociales: el propietario de la tierra, el dueño del capital necesario para su cultivo y los trabajadores que agregan su mano de obra. Así, para Ricardo, determinar las leyes que gobiernan la distribución de la riqueza es el principal problema de la economía política. En la exposición de Heilbroner (1985: 132), el mundo económico de Ricardo “es algo tan básico, desnudo y desprovisto de galas y tan arquitectónico como Euclides […] es un sistema con insinuaciones humanas trágicas”. En este sentido, para Heilbroner, el sistema económico Ricardiano difería del smithiano en tanto que para el primero, no existía una forma en la cual todos los hombres ascendieran juntos “por la escalera mecánica del progreso”. Según Heilbroner (Ibid.: 109), con David Ricardo se percibe que el progreso económico originaría una serie de diferentes clases sociales, dentro de las cuales, y por el ambiente convulsionado en que vivió Ricardo, imperaría la clase social de los terratenientes[7].             

Ahora bien, la obra de John Stuart Mill, es para Ronald Meek (1977: 85), la que abona como ninguna otra, los desarrollos posteriores de la llamada revolución marginalista. En efecto, para este pensador, el enfoque del problema económico en Mill cambia al menos dos puntos capitales con respecto a los de Smith y Ricardo, y por ende, lo acercan a lo que sería la nueva explicación económica de los fenómenos de mercado. Según el análisis de Meek, el primero de los cambios se refiere a la distinción que realiza Mill entre producción y distribución: “las leyes y las condiciones de la producción de la riqueza participan del carácter de las verdades físicas”, mientras que el problema de la distribución se refiere a las cuestiones de las instituciones humanas[8]. Mill define las leyes económicas de la producción como leyes invariables, leyes de tendencia que se cumplen en ausencia de causas perturbadoras concretas. El segundo factor de cambio, hace referencia a la distinción entre el análisis estático y el dinámico del proceso económico. Según Meek (1977:86-87), el que Mill haya “aislado la dinámica de la economía política” y la distinguiera de la estática, da cuenta de las preferencias de este autor por la sistematización lógica; además considera que para Mill, su preocupación por la estática se deriva de la creencia de que los países avanzarían en lo económico hasta el punto de alcanzar su estado estacionario. Tal como lo argumenta Meek, con Stuart Mill se refina el objeto de la economía, y muy probablemente se sientan las bases  para situar en primer plano lo que será el problema económico fundamental para los posteriores pensadores de la economía: la producción de riqueza mediante la combinación de un conjunto de recursos económicos escasos, dejando de la lado los problemas de la distribución.   

Los economistas clásicos anteriormente citados tenían, entre otros, los siguientes postulados fundamentales[9]: a) la existencia de la propiedad privada, b) el proceso económico basado en el mercado competitivo (sólo a través del principio de la competencia, en la cual cada individuo busca su propio interés unido a la "mano invisible" del mercado, era como se posibilitaba alcanzar el bienestar de la sociedad), c) la veracidad de la "ley de Say"[10], d) la no intervención estatal en el funcionamiento de los mercados, ya que los agentes económicos en su acción individual (Laissez faire) y dirigidos por la "mano invisible", son capaces de obtener el equilibrio y la eficiencia, e) los precios, incluidos los salarios, se consideran flexibles al alza y a la baja (no existe rigideces en precios), lo que va a permitir que todos los mercados (de bienes y servicios, de dinero, de trabajo, etc.) estén siempre en equilibrio, en tanto que el principio de competencia perfecta presupone que si hay demanda u oferta insatisfecha, el ajuste de precios se encargará de que el mercado vuelva a recuperar el equilibrio mediante la libre movilidad de recursos y personas, f) La situación del mercado de trabajo es de pleno empleo, por ende, el desempleo que pueda existir es de carácter friccional (debido al tiempo que la gente tarda en localizar un trabajo acorde con su capacitación) o voluntario (gente que no quiere aceptar el salario que le ofrece el mercado). Al igual que el mercado de trabajo, las empresas funcionan a su nivel de pleno empleo, por tanto, la oferta domina sobre la demanda. La curva de oferta es vertical y es la que determina el nivel de producción de equilibrio: variaciones en la demanda tan sólo producen variaciones en los precios, g) el valor de un bien está dado por la cantidad de trabajo empleado en su producción (la medida de valor es el trabajo).


[1]  Según lo expone Heilbroner (1985: 74), tanto para Smith como para el conjunto de economistas clásicos que lo siguieron, la sociedad no es una realización estática de la humanidad que se reproduce sin cambio de generación en generación, por el contrario, conciben la sociedad como un organismo cuya vida tiene una historia.
[2]  Lo importante de la libertad perfecta es, para Heilbroner, que las personas están en disposición de decidir si entran o no al mercado, lo que es a su vez un claro contraste con las obligaciones impuestas (a siervos y esclavos) de la sociedad tradicional, y que se constituirá en la característica distintiva de la sociedad capitalista (Heilbroner, 1988: 95).
[3] Para una exposición más detallada sobre los hechos que modificaron la sociedad económica véase a Heilbroner, 1988 y 1985)
[4] Como lo hace notar Heilbroner (1985:100-101), en la exposición de Smith, los incrementos en las ganancias de los empresarios eran benéficos por cuanto éstos les permitía comprar maquinaria y ésta a su vez daba lugar a una mayor división del trabajo, lo que se traducía en una mayor riqueza para la sociedad.
[5] Para Heilbroner (1988: 90) la condición que se dejase al mercado actuar libremente se convirtió, para los industriales de la época, en la justificación teórica con el fin de evitar las primeras tentativas de intervención del gobierno, pues según este pensador, para Smith tanto menos intervenga el gobierno en el mecanismo de mercado, mucho mejor. Así, el pensamiento de Smith se convierte en una doctrina del Laissez faire, que no contemplaba las oposiciones expresas de Smith frente al actuar ruin y monopolista de los mercaderes, puesto que sólo se tomaba del pensamiento smithiano el hecho de que el Estado debe garantizar que el egoísmo individual se promulgue como forma de mejorar el bienestar de la sociedad.
[6] Véase además William Kapp, editor, 1964: 63.
[7] Para una explicación de la importancia de los terratenientes y sus rentas diferenciadas en la teoría de David Ricardo (véase Heilbroner, 1985: 134-138).
[8] Como lo hace notar Meek (1977: 86), para Smith y Ricardo, sin olvidar a Marx, la producción y la distribución son dos aspectos de un solo proceso, “en que la producción se considera como el factor dominante y determinante”.
[9] Véase los textos de Heilbroner, 1985, 1988; Ronald Meek en E. Hunt y J. Schwatz, 1977; Campanella, 1989; John F. Henry, 1990; Lionel Robbins, 1966)
[10] Formulada por el economista francés Jean Baptiste Say. Esta ley sostiene que el riesgo de un desempleo masivo en una economía competitiva es despreciable, porque la oferta crea su propia demanda, limitada por la cantidad de mano de obra y los recursos naturales disponibles para producir. Cada aumento de la producción aumenta los salarios y los demás ingresos que se necesitan para poder comprar esa cantidad adicional producida.