Contexto histórico de
emergencia de la teoría económica neoclásica
Durante las últimas tres
décadas del siglo XIX, se forjaron herramientas analíticas que permitieron
la aparición de la economía neoclásica
como una nueva forma de estudiar la realidad económica en comparación con el
pensamiento clásico de la economía. Pero la consolidación del enfoque económico
neoclásico responde a toda una corriente de pensamiento que intentaba dar
cuenta de una nueva forma de interpretar los fenómenos del mundo. Las
formulaciones teóricas de la economía después de 1870 se encuentran inmerso en
la línea de desarrollo del proyecto ilustrado de la Modernidad que implicó una
forma diferente de concebir y explicar el mundo[1].
En este sentido Juan Hortala, en su nota introductoria al texto de J. Stigler, La Teoría de los Precios (1968), sostiene que el
marginalismo no surgió como un acontecimiento aislado, sino que se halla
inmerso en el ambiente convulsionado del proceso intelectual de aquella época; la
teoría neoclásica iniciaba así su caminar por el sendero del análisis intelectual
de los fenómenos sociales mediante el uso de la razón. Las elaboraciones
mentales se pusieron en contra de la recopilación descriptiva, lo que
significaría, “el triunfo de la teoría pura” en la búsqueda de leyes universales.
Dicho de otro modo, los fenómenos económicos de mercado pasaron a estudiarse a
partir de la “experiencia psíquica del hombre
individual”, concentrándose en lo que no podía ser más, a juicio de Hortala,
que la “mecánica del propio interés”. Entonces, para la nueva
economía clásica, según lo expone Hortala, el principio de armonía promulgado
por los clásicos como también los problemas de los Estados Nacionales deberían
ser rechazados, para concentrarse en el comportamiento de los seres
individuales.
Según Juan Hortala[2],
con la Revolución Industrial, el Renacimiento y la Ilustración se abolía el
ideal de orden social como algo que estaba proveído espontáneamente o regido
por fuerzas exteriores; por el contrario, éste se creaba de manera consciente,
permitiendo según Von Martin (1976), el paso de la estabilidad al cambio
permanente; de la mentalidad conservadora al liberalismo económico, a la vez que
se eliminaba paulatinamente el orden social consagrado por la iglesia y las
fuerzas sobrenaturales que gobernaban aparentemente el mundo natural. Por
tanto, ya no se nacía para ser noble o para ser del pueblo, por ordenanza
divina o tradicional. En el Renacimiento las personas se liberan de las
ataduras tradicionalistas que les impuso la mentalidad del Medioevo.
Desde la perspectiva del profesor Fernando Cruz (1998;
2007), este cambio implica el acceso a la razón y al criticismo, así como el
origen del proceso de individualización del ser humano y el surgimiento de
nuevas relaciones económicas que se hacen eminentemente comerciales. Se produjo
la retirada cada vez más aguda de los dioses, se secularizó el arte, el
pensamiento y la cultura, se instauró el
prestigio de la Razón y los métodos racionales del conocimiento, se
disparó la racionalidad
productivo-instrumental y se entró por entero a la ciencia y la técnica.
Es entonces, para Lima de Vigo (2000) y Rodríguez
Mújica (2000), en esta lógica de la sociedad moderna, en la que nace el
marginalismo, trasladando el análisis del proceso económico-social a las
interrelaciones individuales, a la “mente del individuo” mediante la adopción
del lenguaje matemático y el abandono de la condición política. Aparece
entonces una nueva concepción que conduce al "progreso" científico. En
contraposición, siguiendo a Rodríguez Mujica (2000, 59-76), puede decirse que “la
fe, como episteme, no puede ya operar,
ni mostrar, ni explicar el mundo, no permite acceder a la naturaleza común del
hombre”[3].
Para encontrar el secreto del hombre son necesarias las matemáticas. El método
matemático se concibe como la única herramienta mediante la cual se logra
extraer los principios universales y externos que rigen la mente humana. Cuando
la fe deja de ser la fuente de explicación primaria –considerada así en el
mundo antiguo- se genera una nueva imagen del hombre en la tierra[4],
en la cual, la noción de “alma” se siente desaparecer del hombre económico, quien
se asemeja a un cuerpo sometido a las mismas leyes de la materia. En esta
perspectiva, Jenny Griziotti (1961: 7-8), considera que la ciencia económica
comienza a analizar al hombre económico (homo
œconomicus) por fuera de los móviles éticos,
políticos, religiosos. Entonces, como lo deja ver Rodríguez Mújica (2000, 59-76), “la racionalidad del hombre pasa a ocupar un papel tan preponderante
que no sólo se le supone capaz de conocer una ley - lo que podría denominarse
ley natural- sino que es su propia razón la que crea esa ley”.
Siguiendo a Mujica (Ibid.: 59-76), el
individualismo filosófico[5]
del siglo XVIII da lugar al individualismo psicologista, donde las variables
exógenas y la base de las teorías son los estados psicológicos del individuo. Este reduccionismo en el pensamiento económico neoclásico significó, siguiendo a Juan Hortala[6],
que pensadores como Walras y Pareto, consideraran la realidad como un sistema
de equilibrio de hombres-átomos que luchaban por obtener la realización máxima
del placer.
Pero ahora bien, como se puede ver en el texto de Heilbroner y Milberg
(1998: 47-93), la consolidación de la Teoría económica neoclásica como pensamiento político-económico, se dio tras
una convulsionada actividad económica y la caída del consenso keynesiano. Después
de la Primera Guerra Mundial la mayoría de los países europeos quedaron en
desgracia, las personas entraron en desesperanza y el sistema capitalista
naciente, que había prometido al pueblo la prosperidad económica (con sus
grandes avances en telecomunicaciones, el transporte y la producción) dejaba de
ser para los ciudadanos una buena vía a seguir. Según Heilbroner (1988:
191-211), mientras que Europa vivía los estragos de la guerra, Estado Unidos
vivía el gran auge económico[7].
Pero el 29 de octubre de 1929 la burbuja bursátil reventó. Los precios de las
acciones se desplomaron, las empresas comenzaron a quebrar, los obreros a
quedarse sin empleo, y por ende, sin con qué consumir[8].
De esta forma, el desempleo y el hambre se extendió ahora, hacia los Estados
Unidos y los economistas no contaban con un plan que ofrecer contra la
desocupación y la recesión. Surge entonces una nueva corriente de pensamiento
económico, en oposición a la idea del liberalismo económico, defendido por los
economistas clásicos. El keynesianismo, llamado así por su principal valedor,
John Maynard Keynes, defendía, la temporal intervención del estado para
resolver los problemas de desempleo y de inflación que aquejaban a las grandes
potencias mundiales de la época[9].
Keynes sostenía que los gobiernos deberían gastar el dinero contra la
tendencia, es decir, que en los buenos tiempos debería reducir el gasto y
acumular reservas. En los tiempos malos debería incrementar el gasto para
jalonar la demanda[10].
Pero después de varios gloriosos años (1950 a 1960), como lo hace
notar Heilbroner y Milberg (1998: 73-94), el panorama económico de los E.E.U.U
y Gran Bretaña comenzó a cambiar mostrando cómo la inflación y el desempleo
estaban creciendo. Se estaba entrando en una época de Estanflación. Se
comenzó a originar algo que desde la misma perspectiva keynesiana era
imposible: el incremento de la inflación y el crecimiento de los niveles de
desempleo. En este contexto, las premoniciones de los neoclásicos se hicieron
verdad y todo cambió desde la gran crisis del modelo económico keinesiano que
ocurrió en el año de 1974. Los países capitalistas desarrollados entran en una
profunda recesión y comienzan a presentar una baja constante en su tasa de
crecimiento y una elevada inflación. Favorecidas por esa situación, las ideas
neoliberales comienzan a ganar nuevamente terreno, principalmente en Gran
Bretaña y los Estados Unidos. Si los problemas habían sido ocasionados por el
intervencionismo estatal y la búsqueda “centralizada” del bienestar general, el
remedio entonces era claro: un gobierno no intervencionista que sea capaz de
romper con la fuerza de los sindicatos, que permita la libre competencia en una
economía de mercado y que controle estrictamente la evolución de los agregados
monetarios (política monetarista), a fin de evitar la creación excesiva de
dinero y el gasto gubernamental que pueda afectar los niveles de inflación (véase
Hayek, 1944).
2.2.2
De la
definición de economía y del objeto de estudio
Alberto Benítez (1998:
53-73) sostiene que “de acuerdo con J. Schumpeter (1974) una ciencia nace
cuando se llega a satisfacer dos condiciones indispensables: la primera es la
delimitación de un campo de problemas u objetos de estudio y la segunda, es la
construcción de un sistema de conceptos o variables explicativas que se
determinan recíprocamente, dando cuenta en su interacción, del comportamiento
de los fenómenos estudiados”. Se puede decir entonces, que sólo fue hasta el
periodo clásico de la economía, y en especial con la obra de Adam Smith The wealth
of nations (1776), cuando se satisfacen las dos condiciones para hablar de
ciencia económica. En el periodo clásico, como se ha expuesto antes, se
delimita el ámbito y objeto de la economía como ciencia y se establecen algunos
de los conceptos característicos de los fenómenos estudiados hasta el momento
por la economía.
Sin embargo, con el
inicio del programa de investigación económico neoclásico (con Jevons, Walras,
Pareto, entre otros) algunos de los principios de la economía clásica se
transforman y se genera una nueva forma de definir la economía y su objeto de
estudio[11].
Con los economistas neoclásicos se prioriza la abstracción y la economía pasa a
ser economía pura en contraposición con la economía política promulgada por los
economistas clásicos. El pensamiento neoclásico produce un desplazamiento de la
economía macroeconómica (en cuanto a la
producción y la distribución de la riqueza en la sociedad) a la microeconomía
(como el estudio del agente individual), consolidando de un modo mucho más
explícito, como se mencionó con anterioridad, los principios hedonistas surgidos
con la modernidad. En este sentido, para Campanella (1989) y John F. Henry
(1990) el verdadero cambio, o mejor, la verdadera ruptura entre el pensamiento
clásico y el neoclásico, se dio en la forma de explicar el valor de las
mercancías. Así, una de las piedras angulares de la economía neoclásica
consiste en rechazar la teoría del valor trabajo. Como lo hace notar Campanella
(1989: 14), para los clásicos el valor de una mercancía estaba determinado por
la cantidad de trabajo necesario para producir una mercancía. Para los
neoclásicos el valor de las mercancías no puede ser encontrado en las
“cualidades extrínsecas a ella”, sino que por el contrario, el valor de una
mercancía se deriva de los juicos subjetivos expresados por los individuos[12].
Agrega Campanella, “son éstos de acuerdo con sus propias necesidades y
preferencias, quienes atribuyen valores a los bienes”.
De esta manera, la teoría
objetiva del valor da paso a la teoría subjetiva del valor, como lo cita Henry
(1990: 147) de
Lloyd: De esta manera, la teoría objetiva del valor da paso a la teoría
subjetiva del valor, como lo cita John F.Henry (1990: 147) de Lloyd: “el
término valor […] no representa una cualidad inherente a una mercancía. Esta
expresa […] una sensación de la mente”[13]. En otra cita Henry expone de Senior (1836)
otro aspecto muy diciente del nuevo objeto de
la teoría económica neoclásica (Ibid.: 147): “de las tres cualidades que hacen de
cualquier cosa un artículo de riqueza, o, en otras palabras, le dan valor, la
más llamativa es el poder, directo o indirecto, de producir placer, incluyendo
bajo ese término la gratificación de cada cosa, o de impedir sufrimiento,
incluyendo bajo el término toda especie de molestias […] utilidad […] que se
utiliza generalmente para expresar la cualidad de prevenir sufrimiento o de
producir indirectamente placer, como un medio […][14]. Para Campanella (1989: 14), esto permitió trasladar el análisis del valor de la esfera de la
producción, propuesta por los clásicos, a la del consumo del individuo, en
tanto que el valor de los bienes se determina según sus gustos y decisiones,
las cuales orientan la producción. Según
este mismo autor (Ibid.: 15), los medios para satisfacer las necesidades de los
individuos son escasos, pero dado que estos “medios poseen la propiedad de un
uso alternativo, surge el problema de decidir sobre su empleo de acuerdo con la
importancia de la necesidad. Si esto no fuese así, nunca habría surgido el
problema económico”. Esto es, se exige que el individuo elija dentro de un
conjunto de medios escasos que tiene a su disposición los diferentes usos
alternativos que le generen una mayor utilidad, un nivel elevado de satisfacción.
Así, de la lectura de
John F. Henry (1990: 127-173), se puede decir, que la visión económica
neoclásica sistematizó la visión reduccionista de los límites de lo económico,
en comparación con el pensamiento clásico, al definir la riqueza social como el
conjunto de bienes materiales o inmateriales que son escasos (disponibles en
cantidades limitadas) y útiles (capaces de satisfacer un deseo), bienes que, en
consecuencia, deben ser apropiables, valorables e intercambiables a ciertas
tasas de intercambio o precios, y producibles en la medida en que interesa hacer
su cantidad menos limitada de lo que es. De esta manera, el concepto y objeto
de la economía entendida para los neoclásicos se centra, para Carlos Prieto
(1996: 30-31), en un aspecto
central de todas las acciones humanas: la escasez[15],
que a su vez se deriva de la contraposición de una multiplicidad de fines y unos medios limitados. En este
sentido, la economía se comienza a relacionar más con las acciones racionales
de individuos autónomos (con el individualismo metodológico, rechazado por
Smith pero asumido por los economistas neoclásicos), por lo que para Campanella
(1989: 15), “el problema consiste en analizar en qué modo cada individuo logra
alcanzar el más alto nivel de satisfacción posible mediante simples actos de
intercambio”. Al respecto Carlos Prieto (1996) cita de Polanyi (1975) la
siguiente expresión: «cuando la elección de los medios en relación con un fin
se halla marcado por su insuficiencia nos hallamos ante la economía».
Para Robbins
(1935), el aspecto central de la economía consiste en que los medios limitados
pueden ser utilizados de modos diversos para fines diferentes y en
consecuencia, es preciso elegir los fines que se consideran primordiales. La economía
se convierte en una forma de acercamiento a cualquier problema en el que emerjan los
problemas de escasez y elección, aplicándose no sólo a los casos de producción
de bienes, servicios y factores productivos, sino también al análisis de otros
fenómenos sociales en los que la lógica de la racionalidad - en cuanto a la
elección de los medios óptimos para lograr unos fines diversos- se ponga de
manifiesto. Así, en la argumentación de dicho pensador (Ibíd.: 16), la economía
“es la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre
fines y medios escasos, susceptibles de empleos alternativos”. Para
Robbins (Ibíd.: 16-18), la economía debe prestar atención a aquella especie de
comportamiento que se encuentra influido por la escasez y por tanto, debe
enfocar sus atención en las complicaciones de la economía de intercambio.
[1] Pero en ésta ruptura hay que
tener en cuenta que si bien la Revolución Marginalista expresó un cambio en la forma de explicar
la realidad económica, éste no fue del tipo abrupto, sino más bien una
transformación lenta, en la que las viejas ideas (individualismo, la libre
acción, competencia, división del trabajo, etc.) nunca fueron concluyentemente
rechazadas, se puede pensar más bien en una situación de transición intermedia
entre lo viejo y lo nuevo. De esta manera, en lo nuevo se puede considerar el
éxito que tuvieron los primeros economistas neoclásicos en la introducción del
discurso matemático en la teoría económica, a tal punto que los primeros
neoclásicos eran reconocidos como teóricos matemáticos y defendían el uso del
método matemático en el contexto de la teoría económica. Pero además, la teoría
neoclásica generaba un cambio en la forma de explicación de la teoría del valor
en comparación con la Teoría
Clásica (ver al respecto Philip Mirowski, 1989; E. K Hunt y J. G. Schwartz, 1977).
[3] En la
exposición de Von Martin el gran burgués está en una relación de socio
comercial con respecto a Dios, como visible organizador del mundo constituido
como una gran empresa mercantil. La prosperidad es la recompensa visible del
buen manejo -grato a Dios- del negocio (“el nuevo espíritu religioso del
capitalismo, una relación entre la gracia y la habilidad, en un cálculo de
ventajas”). La conciencia de la cristiandad y el poder de la iglesia han
muerto, en la misma forma en que han sido desplazadas las antiguas clases
sociales. La religión se hace inocua, pierde su acción sobre el presente y sobre
el destino de la vida; el nuevo burgués había llegado a un ateísmo que excluye
la intervención eficaz divina en los actos humanos, haciendo que la virtud se
imponga ante el milagro y que las relaciones sociales se re-configuren en una
regulación metódica, fuera de configuraciones supraindividuales, sin
finalidades definidas externamente y más bien definidas por la virtud. Lo que
se intenta, entonces, es mostrar cómo la constitución inicial del hombre
moderno coexiste con las leyes y principios de la economía, aún cuando el
interés particular y el interés general no coinciden de manera armónica, ni se
armonizan entre ellos, ni conforman ventajas inmediatas para las partes que
configuran la relación (ver Alfred Von Martin, 1976).
[4] Al respecto Rodríguez Mújica (2000: 59-76) expone que
“... No es necesario que entre Dios y el hombre medie profeta alguno cuando el
hombre se guía o se deja guiar por su estructura sensible que según un
mecanismo complejo, como el reloj, posee una estructura dual, que a la vez que
garantiza el movimiento de los engranajes, piezas y resortes; también le
permite recibir impresiones y emitir distintas reacciones, entre ellas el
sonido o una decisión,
según sea el caso. La complejidad de la vida emerge ahora simplificada en el mecanismo;
antes fue simplificada por la fe”.
[5] El proceso
de individualización que traía consigo el proyecto Moderno, hacía de los seres
humanos, individuos que tenían como principio la búsqueda del placer y la
supresión del dolor como objetivo o razón de ser de la vida, es decir, el hedonismo
se instala en la sociedad moderna y a la vez, se constituye en una de las
fuentes principales de inspiración del pensamiento económico. La realización de
todo deseo o pulsión individual impone como condición necesaria la
autoreferencia a un "yo", centro o núcleo de placer o displacer. Más
allá de toda simpatía con el otro y de la pertenencia mítica a una tribu que
impone el yo colectivo, el placer y el displacer son siempre sensaciones que
remiten a un "yo" que "carnalmente" los experimenta. Esto
obliga que cada sujeto humano que busca placer a partir de sus deseos y
pulsiones, haga de sí mismo un fin cuya realización no puede darse sino "a
través de otros medios humanos" o de determinadas intermediaciones
físicas. […] Ya se sabe que el ser
humano no puede definirse como un animal de instintos, sino ante todo como un
sujeto de deseos que busca placer a través de cosas y otros seres humanos que
le sirven de medio "material". Más que alimentarse y nutrirse como un fin en sí mismo, el ser humano
disfruta placenteramente de su alimentación y la convierte en una fuente de
placer como fin primero (Para una mayor
ampliación de estas ideas ver: Kronfly, F. (2008) Del hombre como fin al hombre como medio. Grupo de Investigación Nuevo pensamiento
administrativo, Facultad de Ciencias de la Administración, Universidad del Valle).
[7] La población estadounidense había crecido de 76 millones en 1900 a 121 millones en 1928,
se habían construido dos nuevas ciudades, habían empleos para 48 millones de
personas, sólo el 3.2% no estaba ocupada, el salario real se había incrementado
alrededor del 10 al 20 por ciento (Heilbroner, 1988: 193-194).
[8] En sólo unos pocos días, 30 mil millones de dólares de riqueza se
habían perdido como producto del derrumbe de las bolsas de valores. En los años
siguientes el producto nacional bruto cayó de 104 mil millones de dólares en 1929 a 56 mil millones de
dólares para el año de 1933 (Heilbroner, 1988: 195-197).
[10] El texto de Hayek,
Camino de Servidumbre, 1944, se
referencia en tanto que permite observar una defensa del no intervencionismo
gubernamental, en un época en que florecía el socialismo y el intervencionismo
keynesiano.
[11] Al respecto véase a John F. Henry, The making of neoclassical economics,
Unwin Hyman Inc. 1990.
[12] Para Henry (1990) la
sustitución de la teoría del valor-trabajo por otra alternativa implicó el
predominio de la teoría de utilidad no solamente en la determinación del valor,
sino también en los costos del trabajo, de producción y el enfoque de oferta y
demanda.
[13] “The term value… does not express a quality
inherent in a mercancía. It expresses […] a feeling of the mind […]” (Henry, 1990: 147). [El
término valor… no expresa una cualidad inherente en una mercancía. Expresa […] una sensación de la mente]
[14] “Of the three qualities which render anything
an article of Wealth, or, in other words, give it Value, the most striking is
the power, direct or indirect, of producing pleasure, including under that term
gratification of every king, or of preventing pain, including under that term
every species of discomfort […] utility […] being
generally used to express the quality of preventing pain or of indirectly
producing pleasure, as a mean […]” (Ibid.: 147) [De las
tres cualidades que convierten cualquier caso un artículo de riqueza, o, en
otras palabras, le dan valor, la más sorprendente es el poder, directo o
indirecto, de producir placer, incluyendo bajo el término la gratificación de
cualquier clase, o de prevenir dolor, incluyendo bajo el término toda especie
de molestia […] la utilidad […] se usa generalmente como un medio para expresar
la cualidad de prevenir dolor o de producir indirectamente pacer]
[15] Para Carlos Prieto (1996: 31) “la escasez es
un postulado básico en esta concepción de la economía. El postulado de la
escasez supone: a) que los medios son escasos; b) que la elección de uno u otro
medio se halla determinada por la escasez”.